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Jared Diamond en Madrid. Foto: F. D. Quijano

El Perú frente a la crisis

Fortalezas y debilidades ante el Covid-19

"¿Qué factores explican las diferencias en el desempeño nacional cuando las formas habituales de gestión ya no funcionan y deben encontrarse nuevas?" 

Ivan Lanegra

Publicado: 2020-03-25

El Perú ha recuperado el sentido de lo que es una crisis, palabra que habíamos vuelto sinónimo de normalidad. Pero, parafraseando a León Tolstói, mientras todos los países felices se parecen unos a otros, cada país experimenta una crisis a su manera. ¿Qué factores explican las diferencias en el desempeño nacional cuando las formas habituales de gestión ya no funcionan y deben encontrarse nuevas? Jared Diamond, en su último libro “Crisis”, intenta identificarlos. Para ello encuentra inspiración en la rica experiencia del trabajo terapéutico ante las crisis personales, e identifica doce factores. ¿Podrían estos ayudarnos a comprender las posibilidades que tiene el país de salir airoso de la crisis desatada por la pandemia del Covid-19? Veamos. 

El primer factor es la existencia de un consenso nacional sobre lo real de la crisis. Hace pocas semanas muchos dudaban sobre la gravedad del peligro que implica el nuevo coronavirus. Pero hoy no hay duda. A esto han contribuido las terribles imágenes de lo ocurrido en Italia y España, así como la capacidad del gobierno de explicar la seriedad del problema. Sin embargo, países vecinos siguen soslayando lo serio de la situación, o han declarado abiertamente que lo económico es más importante.

El segundo factor es la aceptación de la responsabilidad en la acción. Es decir, la salida depende de las medidas nacionales y no de lo que hagan o no otros países. Las autoridades peruanas comprendieron que debían adoptar medidas con urgencia, cuya rigurosidad ha ido creciendo, bajo condiciones de mucha incertidumbre que obligaban a ajustes sobre la marcha. Otros países, en cambio, simplemente acusaban a China o alertaban de alguna conspiración, de distinto signo, detrás del problema.

Un tercer factor la necesidad de acotar las áreas del Estado, de la sociedad y del mercado, que debían adaptarse rápidamente a la nueva situación. Esto ha sido lo más dramático, tanto por lo extenso de los actores involucrados (prácticamente todo el país) como por los efectos diferenciados entre ellos, con grupos altamente vulnerables a las medidas. Pero, al mismo tiempo, el gobierno identificó necesidades específicas en áreas como la salud, los programas sociales, la política tributaria, las fuerzas de seguridad, y la colaboración con actores privados claves. Una cuarentena nacional, combinada con un toque de queda, no es una medida sencilla para ningún país, menos para un Estado con las deficiencias del peruano. No obstante, con los esperables incidentes de desobediencia, la política adoptada ha ido ganando en acatamiento y legitimidad. Otros países, por el contrario, buscaron retrasar estas decisiones, incluso contando con mejores condiciones para hacerlo, con el fin de no afectar a sus economías. Cómo se traducirán estas diferencias en vidas humanas es aún una cuestión abierta.

El cuarto factor es la obtención de ayuda material y económica de otros países. El Perú ha recibido donaciones de China –el país donde se originó la pandemia– y la cooperación económica y técnica será muy relevante. Más importante resulta, y este es el quinto factor, que estemos recogiendo valiosas lecciones sobre qué ha funcionado y qué no en los países en donde el Covid-19 llegó primero. Desde luego, la ayuda en conocimiento sobre tratamientos y la esperada vacuna serán decisivos. Sin embargo, no es fácil trasladar políticas sin las condiciones que las hicieron posible: fortaleza del Estado, cobertura y calidad de los servicios de salud, practicas comunitarias de cooperación, etc. Por ejemplo, la falta de desarrollo biotecnológico es una debilidad que habrá que corregir en el futuro.

La identidad nacional es el sexto factor identificado por Diamond. Por ella entiende el orgullo colectivo por las cosas admirables que caracterizan a un país y lo hacen único. Para construir dicha identidad los países han apelado a la lengua, la cultura, la historia, las victorias militares, los logros deportivos, al éxito de sus instituciones emblemáticas, es decir, cosas que hacen que nos hacen únicos, que contribuyen al orgullo nacional y que los ciudadanos consideran común a todos. Aún más importante es contar con un relato de la historia propia –los mitos nacionales– que fomente el orgullo por nuestro país. Esta dimensión ha sido débil en nuestra vida republicana. No obstante, recientes hechos, desde logros deportivos, pasando por la lucha contra la corrupción o el ininterrumpido crecimiento económico, ha inyectado confianza a la ciudadanía. Precaria, pero presente.

El séptimo factor es la capacidad de autoevaluar nuestras capacidades con honestidad. Y he aquí algo notable. Las políticas emprendidas no se han construido sobre bases irreales, sino sobre un realismo y pragmatismo sorprendente. Solo eso explica cómo en cuestión de días el gobierno diseñó, anunció e implementó un subsidio directo para las familias más pobres que llegó, en su primer día, al 88% de las familias que debían cobrarlo. O cómo los servicios básicos urbanos han funcionado – con todos sus problemas pre-existentes–, a pesar de estar sostenidos muchos de ellos en la informalidad.

El octavo factor es la nuestra historia frente a crisis anteriores, en particular si fueron superadas. Desde luego, hemos vivido epidemias serias (el cólera a inicios de los 90), y enfrentamos otras de manera periódica (dengue), pero nada comparable al Covid-19. No obstante, situaciones parecidas de miedo generalizado –pero diferenciado territorialmente– ocurrieron en los años 80 y fueron superadas. Hay una generación de peruanos, que ahora toman decisiones, que tienen dicho éxito como referencia. También hemos vivido problemas cuya solución llegó muy lentamente (o no ha llegado aún), lo que ha demandado paciencia y esfuerzo sostenido, valores que constituyen el noveno factor.

El décimo factor es la flexibilidad nacional en situaciones específicas. Somos una sociedad en donde la rigidez termina estrellándose con una realidad diversa y compleja que no admite soluciones planas. Desde luego, esta flexibilidad es más una estrategia de sobrevivencia que un valor ligado, por ejemplo, a la innovación. Pero existe y permite la adaptación de mucha gente con pocos recursos a condiciones realmente difíciles.

El décimo primer factor es la presencia de valores centrales nacionales. Aquí nos encontramos con una disonancia –salvo en el ámbito familiar– entre el carácter transversal del individualismo, o de la épica personal, frente a la necesidad de cooperación y solidaridad. Pero, nuevamente, quizá por razones pragmáticas o emotivas, la colaboración aparece. No en vano, el presidente aludió a la necesidad de ampliar la solidaridad de la familia al país. Superar la crisis puede servir de punto de apoyo a este relato.

El décimo segundo, y último factor, es la ausencia de constreñimientos geopolíticos. Hay cuatro cuestiones críticas. La primera, la existencia de una distancia física respecto de los países que han sufrido primero la pandemia. Eso nos ha dado un tiempo valioso para reaccionar. En segundo lugar, la crisis nos ha encontrado con los recursos económicos mínimos para financiar medidas muy urgentes, y cierta confianza en poder reiniciar las principales actividades económicas con alguna rapidez. Tercero, por el lado negativo, encontramos las debilidades e ineficacias del aparato estatal, así como, cuarto, el peso enorme de la informalidad, lo que explica la presencia de un enorme sector que, recibiendo ingresos económicos suficientes para no ser pobre, vive en la precariedad del día a día. Para ellos no trabajar significa caer en la pobreza.

Es muy pronto para hablar de las consecuencias de mediano y largo plazo de la crisis. Por ejemplo, si servirá para corregir las debilidades que han reducido las opciones de respuesta a la amenaza sanitaria, o han dificultado su implementación. De lo que sí podemos hacer referencia es del papel del presidente Vizcarra. Diamond recuerda la larga discusión que hay en la academia sobre el efecto significativo, o no, que tienen los dirigentes nacionales, y rescata la posición de Max Weber, quien consideraba que un líder carismático podía influir bajo ciertas circunstancias, en particular cuando por razones estructurales (un gobierno autoritario) o coyunturales (el debilitamiento de los contrapesos o de los rivales políticos) aumenta su margen de acción e influencia. El liderazgo de Vizcarra –con sus aciertos y errores– ha construido un vínculo de comunicación directo con buena parte de la ciudadanía, lo que ha permitido otorgar legitimidad a las acciones del gobierno, recurso político indispensable para apuntalar las fortalezas y atender las debilidades con relación a los doce factores que nos pueden ayudar a superar esta nueva crisis.


Escrito por

Ivan Lanegra

Enseño ciencia política en la PUCP y en la Universidad del Pacífico. Tras 20 años en el Estado, intento escribir con simplicidad sobre él.


Publicado en

Ensayos de Estado

Textos breves sobre política, Estado y gestión pública