El individuo metonímico y la pandemia
El Covid-19 en el mundo de la desconfianza
Cuando Thomas Hobbes imaginó un mundo sin Estado, lo hizo a partir de la vivencia de un poder estatal débil, ilegítimo e inefectivo, más que ante experiencia de la ausencia absoluta del poder estatal. Él fue testigo de una sociedad en transformación conformada por individuos y grupos gobernados por la desconfianza, el miedo y la violencia. Ante la perdida de los vínculos de solidaridad y cooperación tradicionales, los de raigambre comunitaria, el Estado moderno -el Leviatán- aparecía como una alternativa que haría posible una sociedad viable. Otros pensadores señalaron que la cohesión de dicha sociedad no podía lograrse a costa de un poder sin límites, otros apuntaron a una participación amplia de la ciudadanía en el gobierno de dicho poder, mientras que para otros cualquier acuerdo no podía reposar solo en los vínculos mercantiles, siendo necesario el pegamento de un conjunto de valores compartidos proporcionados por el propio Estado y luego por la nación.
El efecto de este proyecto fue el de la aparición de individuos que crecieron en una sociedad de instituciones (estatales y sociales) forjadas y delineadas por el proceso de construcción del Estado-nación. Este proceso nunca fue completo ni perfecto. No trajo ningún paraíso en la Tierra y, en sus formas más perversas, produjo, en muchos casos, verdaderas tragedias como la segregación racial y las guerras impulsadas por el nacionalismo. No obstante, también produjo certidumbre y previsibilidad, así como incentivos para la colaboración social y la confianza basada en instituciones de alcance universal.
Danilo Martuccelli sostiene que la construcción de la modernidad fue muy diferente en el Perú. Los limeños -señala en su libro "Lima y sus arenas"- crecieron -y crecen- sin un marco de instituciones eficaces y legítimas, por lo que su comportamiento personal no se explica por ellas. Por el contrario, la mayor parte de las personas han sido formadas en la experiencia del abandono, la desconfianza, la desilusión y la lejanía frente al Estado. Ante ello, las respuestas a los problemas personales, familiares y sociales no pueden surgir sino de cada individuo, como si éste último fuera capaz de suplir todo lo que la sociedad -y su Estado- debieran darle. Un individuo metonímico (en donde la parte reemplaza al todo).
¿Cómo reacciona este individuo frente a los desafíos colectivos? Su reflejo natural es desconfiar del Estado y buscar refugio en sus recursos individuales -incluyendo el dinero- y en aquellos de los círculos más cercanos (familia, amigos, círculo de contactos muy próximo y confiable). Es esto lo que estamos viendo frente a la pandemia del Covid-19, fenómeno que cruza todos los estratos sociales, pero con respuestas diferenciadas y desiguales dada la distinta disponibilidad de recursos de cada sector social. Es interesante encontrar un diagnóstico similar en países donde las políticas de desmantelamiento del Estado de bienestar han dado paso a un individualismo exacerbado. Somos algo así como los pioneros del individuo neoliberal.
El uso prioritario de la información de los grupos de WhatsApp, la desatención a las indicaciones de las autoridades públicas, y la búsqueda de respuestas que estén bajo el control individual o familiar -aunque sea comprando centenares de rollos papel higiénico- son ejemplo de cómo un individuo metonímico responde a los desafíos de un peligro colectivo. Por fortuna, como ha ocurrido con otras tragedias y desastres, la paulatina toma de conciencia de la ineficacia del camino solitario va llevando a manifestaciones de solidaridad, en parte impulsado por las organizaciones sociales basadas en la cooperación, en parte por el esfuerzo del propio Estado. Lamentablemente, salvo contadas excepciones, los gobiernos no han aprovechado ese reflujo para construir y legitimar instituciones. Esperemos que la reacción solidaria llegue antes que la pandemia nos desborde y que construyamos algo más sólido tras la emergencia.