El señor de las adendas
La imagen de la corrupción
«Es muy difícil pelear con Cristo». Esto respondió el entonces embajador del Brasil en el Perú Jorge Taunay ante las críticas contra la instalación de una imagen de Jesucristo de 22 metros de altura, sobre un pedestal de 15 metros, en una de las laderas del Morro Solar. Mirando hacia la Bahía de Lima, el llamado «Cristo del Pacífico» cambia de colores en las noches gracias a un juego de luces. Hoy es un símbolo de un juego nefasto entre las empresas y el poder para amasar fortunas indebidas, que solo mira hacia cárceles de color gris.
La imagen religiosa es un regalo de la empresa brasileña Odebrecht. Esta –a estas alturas pocos lo ignorarán– es una de las protagonistas principales de uno de los casos de corrupción más importantes de la historia de América Latina. En un modelo muy bien estructurado –ese era el preciso calificativo de la oficina a cargo de organizar la corrupción– la empresa construía lazos políticos de alto nivel que luego servían para impulsar la construcción de obras de gran escala pero de relevancia pública dudosa. Gracias a tales megaobras, los empresarios podían amasar fortunas. Ni siquiera era siempre necesaria la sobrevaloración. El negocio era construir todo lo que fuera posible, sin importar que las obras fueran realmente necesarias. Los políticos, por su lado, podían venderse como los grandes impulsores del desarrollo de sus naciones. Los reyes del concreto. Y recibir jugosas compensaciones económicas, que cubrían sus gastos de campaña o sencillamente llenaban sus bolsillos.
Carreteras que atravesaban el continente, irrigaciones faraónicas, trenes urbanos, hidroeléctricas, gasoductos, etc., eran lo que buscaban. No importaba que el gasto en estas infraestructuras significara desviar recursos que debían ir a tareas más urgentes. Ni los costos sociales y ambientales que muchas de estas obras traían consigo –vean como la Interoceánica Sur ha facilitado la minería y la tala ilegales–. Los críticos eran acusados de enemigos del desarrollo. Empresarios y políticos, con el apoyo de medios de comunicación complacientes, construyeron una alianza que tuvo su momento de apogeo durante el período de crecimiento económico acelerado por el boom de los precios de los recursos naturales. Pero no nos engañemos. Este modelo de corrupción no es una creación heroica brasileña. Y seguramente otros siguen, y seguirán, aplicándola.
La imagen sobre el Morro Solar es el símbolo de este modelo. Una aparatosa obra, absolutamente innecesaria, pero que podía ser muy popular. «Más temprano o más tarde, la población de Lima va acostumbrarse a este Cristo y lo va a querer», afirmaba orondo el embajador Taunay. Y para ello era necesario resaltar sus virtudes y ocultar sus problemas. Tras ser bendecido por el cardenal Juan Luis Cipriani, el monumento fue lanzado el 29 de junio de 2011 –un año antes de acabar su mandato– por todo lo alto con fuegos artificiales en una ceremonia presidida por un muy entusiasta Presidente Alan García. «Mi sueño fue siempre hacer en el Morro un Cristo similar al Cristo del Corcovado al que he denominado Cristo del Pacífico. [En su construcción] yo he puesto digamos 100 mil soles de mis ahorros», dijo con sentida emoción el expresidente. Hoy la imagen luce descuidada. Y carece de significado religioso o social relevante.
«Quisiera que sea una figura que bendiga al Perú y proteja a Lima», fue el deseo de García. «Que nos traiga prosperidad y bienestar», agregó en la inauguración de la imagen. Hoy queda claro que sus deseos públicos no se cumplieron. Por el contrario, la empresa donante es corresponsable –con los políticos y funcionarios involucrados, así como los demás socios– de un robo y despilfarro de gran magnitud al país y de un duro golpe a nuestra democracia. ¿Debemos dejar ahí esa imagen? La entonces alcaldesa Susana Villarán propuso –en tono sarcástico, quizá profético– que aquella debía ubicarse al lado de la Carretera Interoceánica. Eso le pareció descortés al embajador Taunay. Y tenía razón. Sería una descortesía para el Perú dejar en nuestro territorio este regalo. Dondequiera que sea. Lo cortés sería que Odebrecht lo desmontara y se lo llevara, a su costo, fuera de nuestras fronteras. Sin adendas ni bendiciones.