¿Elegir entre la pobreza y el cambio climático?
Del falso dilema a la oportunidad.
El día de ayer, el diario El Comercio dedicó su editorial a las negociaciones que en estos momentos se vienen llevando a cabo en París. Los países reunidos en la COP 21 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, deberían cerrar un acuerdo vinculante que ofrezca las herramientas necesarias para enfrentar el cambio climático, uno de los principales desafíos del siglo XXI.
Al respecto, el editorial del decano -reconociendo la importancia de la cita global y de sus objetivos- afirmaba que no quedaba "...del todo claro que la lucha contra el cambio climático deba ser una prioridad absoluta sobre otros problemas que hoy afectan a miles de millones de personas. Con la meta de US$100 mil millones comprometidos para combatir el cambio climático, ¿cuántas muertes por malaria se evitarían hoy?, ¿cuántos pozos de agua potable para gente que no tiene acceso a ella se abrirían?, ¿cuántas semillas mejoradas se podrían adquirir para los agricultores pobres de África, Asia y América Latina? El calentamiento global es importante, pero también lo son las necesidades de los pobres hoy." Argumentos muy similares al de un artículo de Bjørn Lomborg -conocido como "el ecologista escéptico"- publicado en El Comercio hace unos días, pero que el Editorial no cita.
La posición descrita nos revela lo mucho que falta por trabajar con la ciudadanía en general y con los medios de comunicación en particular para explicar la íntima relación existente entre los esfuerzos por encarar el cambio climático y la lucha contra la pobreza, así como con la urgente tarea de alcanzar un desarrollo humano sostenible en todos los países. Tanto la mitigación -la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero - como la adaptación -la capacidad de enfrentar los efectos del cambio climático- están fuertemente enlazadas con la agenda del desarrollo y brindan oportunidades para mejorar las economías al servicio de las personas.
Así por ejemplo, si no me adapto, la malaria y otras enfermedades matarán más, el pozo de agua se secará, y el campesino no podrá seguir siendo productivo incluso con nuevas semillas. Si evito la deforestación -ayer se anunció que se destinarán US$ 5,000 millones para reducirla- no solo reduzco emisiones, también protejo un conjunto de servicios ambientales. Si no reduzco las emisiones de gases contaminantes en las ciudades, habrá más enfermedades respiratorias y más muertes por dicha razón.
Es en dicho orden de ideas que el compromiso nacional (iNDC), que constituye el aporte del Perú en la lucha contra el cambio climático, debe representar a la vez una oportunidad para articular la agenda del desarrollo y la del cambio climático, desde una mirada sistémica. Teniendo a las personas como el centro de nuestros esfuerzos, en particular a los más vulnerables. Es por ello que los países que participaron de la Cumbre para el Desarrollo Sostenible, realizada el pasado mes de setiembre, aprobaron la "Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible". Esta incluye un total de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) "para poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático". Todo está enlazado.
Sin embargo, el esfuerzo de movilizar el accionar de múltiples actores -públicos y privados- en la solución de problemas concretos de la gente, no es una tarea sencilla. Menos en un país con bajos niveles de institucionalización y de intermediación política y social. Encarar este desafío nos obliga a tener una mente abierta, capaz de encontrar nuevos caminos para la gestión. Enfrentar el cambio climático es una oportunidad para cuestionar el tipo de sociedad qué somos e imaginar una mucho mejor. Y para actuar en consecuencia.