Estoy en el Memorial 9/11. Es el lugar exacto en donde estaban las Torres Gemelas. El contraste impresiona. Los rascacielos a los lados reflejan el celeste intenso y brillante del cielo. Las aguas caen uniformes y en cascada sobre la oscuridad del mármol frío del monumento. Un hombre, alto, de cabello oscuro y largo, de unos cuarenta años, mira con atención y cierta ansiedad las letras grabadas alrededor de todo el sitio. Finalmente encuentra lo que busca. Un nombre. Debe inclinarse para leerlo. Asume una postura reflexiva. No llora. ¿Qué recuerdos, qué pensamientos cruzaron por su mente en ese momento? Pasa largos minutos ahí. De pronto, alza la vista. Ahí está la Freedom Tower. Camina unos pasos lentamente. Al rato anda mezclado con los miles de neoyorquinos que parecen siempre tan ocupados. Sin calma.

14 años

Hoy, a las 8:46 de la mañana, la Ciudad de Nueva York volvió a recordar lo ocurrido hace 14 años. Fue la hora en la cual el primer avión impactó sobre una de las Torres Gemelas. Recuerdo aún como en los noticieros televisivos de esa mañana los comentaristas especulaban sobre qué estaba pasando. Minutos después vino la incredulidad. Tras ello, el espanto. 2.983 fueron las víctimas ese día. El sonido de las campanas de las iglesias en Manhattan marcan el momento.

El Memorial 9/11 es capaz de conmover. Por lo cercano de la tragedia. Por su simbolismo. Por ese vacío que representa lo que se perdió el 11 de setiembre de 2001. No es una conmemoración inocente. Expresa un punto de vista. Pero también posee una textura abierta que permite que cada uno pueda apropiarse de ella a su manera. Como ese hombre que apoyando las dos manos sobre la larga fila de nombres, parece iniciar un diálogo silencioso con un pasado demasiado reciente. Un diálogo entre el recuerdo colectivo y la memoria personal. Una que selecciona qué recordar y qué olvidar.

Ivan Lanegra