Según la encuesta nacional urbana de GfK del mes de mayo, el 63% de los consultados estuvo de acuerdo con que la minería es importante pero que debe desarrollarse junto con otras áreas de la economía. En abril era 74%. En cambio, en mayo, solo un 18% consideró que la minería es lo más importante para el desarrollo económico. Un 19% declaraba que la minería no es importante para nuestro desarrollo y que hay otras maneras de crecer económicamente. En abril eran solo 9%. 

Tía María tiene mucho que ver. El 59% de los encuestados se sentía más cercano a la idea de que los pobladores de Islay –opuestos al proyecto– tienen razón y que la futura mina va a contaminar, sin que las acciones planteadas por la empresa minera sean suficientes para evitar dicha contaminación. De ahí que el 45% este a favor de suspender indefinidamente el proyecto. Un 23% opina que debe cancelarse. Siendo una encuesta urbana, no hay que olvidar que existen diferencias con la perspectiva del ciudadano rural. De acuerdo al Instituto de Opinión Pública de la PUCP, el apoyo urbano a la minería es mucho mayor que el rural. Y Lima casi duplica el respaldo con relación al interior rural del país.

No obstante, el apoyo a la minería – como principal opción o como alternativa importante – sigue siendo alta (81%, sumados). Para la gran mayoría es equivocado apostar todas las cartas a la actividad minera, o no considerar otras posibilidades de desarrollo económica junto a ella. Minería sí. Pero no de cualquier forma. En consecuencia, si no queremos que ese 19% que menosprecia la minería siga creciendo, es crucial construir las condiciones que hagan posible la minería. Al mismo tiempo, los números nos muestran con claridad que es necesario evitar el camino seguido por el proyecto Tía María.

Es en este contexto que debo destacar el libro “Los Desafíos de la Minería y el Petróleo para el Desarrollo. Lecciones de África y Latinoamérica” (Fondo Editorial PUCP y Natural Resource Governance Institute, 2014). Es posiblemente el mejor que se ha publicado en el Perú sobre el tema. La maldición de los recursos naturales, nos dice, es solo una metáfora. Alude a las condiciones –muchas veces negativas– presentes en una economía que depende –por ejemplo– de la minería. Pero las condiciones no se convierten en destino. Los actores “pueden sobreponerse a las circunstancias, transformando retos y debilidades en oportunidades y fortalezas.”

¿Qué debemos poner sobre la mesa para encarar el desafío? Primero, no podemos construir la política minera de espaldas a la historia del país y de los territorios locales. En segundo lugar, entender que lo macro-económico no basta. El Perú ha logrado importantes logros en materia de estabilidad económica, evitando uno de los riesgos de depender de las exportaciones mineras. Pero llevar esos beneficios al ámbito local necesita capacidades de gestión desplegadas territorialmente y de un Estado que sea percibido como legítimo. De lo contrario, puede agravar la desigualdad. Es necesario preguntarse no solo cuánto puede recibir el Estado de la minería sino también cuánta minería puede sostener el Estado.

Como muchos estudios han señalado, las instituciones –formales e informales– son claves para explicar el desempeño de los países con una actividad minera relevante. Pero aquellas que son necesarias pueden estar bajo amenaza. Defenderlas requiere, entre otras cosas, de élites locales responsables y del respaldo de movimientos populares. Finalmente, como los encuestados señalan, reconociendo la importancia de la minería, hay que apostar por la diversificación económica. Esperemos que la publicación de este libro anime un debate que el país reclama con urgencia.

Columna publicada en Diario 16.