El valor de Avatar
Columna en Diario 16
Hace unos días volví a ver el film Avatar. Como es obvio, su trama es una fábula de la relación entre las actividades extractivas y las comunidades locales. Unobtainium –lo que no se puede obtener– es el nombre del mineral cuya explotación origina el conflicto que relata la película. De enorme valor económico, permite financiar una compleja operación en Pandora, una luna del Planeta Polyphemus, a 4.4 años luz de la Tierra.
Una especie nativa, los Na’vi, de inteligencia superior y compleja cultura, habita sobre los depósitos más ricos de Unobtainium. Para explotarlos, los humanos están dispuestos a desalojar a los Na’vi y destruir el hábitat de los que estos dependen. Para los nativos, estas acciones son profundamente dolorosas y pueden significar el fin de su existencia como colectivo. El fin de su forma de vida.
¿Es posible algún tipo de acuerdo mutuamente beneficioso? Los humanos ofrecen en el film otros bienes –infraestructura, acceso a servicios– a cambio de las tierras Na’vi. No tienen éxito. No es difícil entender que negociar tomando como única referencia la valoración económica es insuficiente. La ciencia acude como una alternativa. Para los operadores mineros, la ciencia es un instrumento valioso en tanto sea útil para lograr su objetivo: que los Na’vi abandonen su hogar. Para ello, los científicos deben tratar de entender la cultura nativa para hacer posible un acuerdo que favorezca a los mineros espaciales.
El Avatar – encarnación– es el resultado de una sofisticada técnica que permite que la mente humana ocupe el cuerpo biológico de un Na’vi. Jake Sully –un marine parapléjico– descubre pronto que ni esto, ni el análisis científico del comportamiento, ni el conocimiento de la lengua, bastarán para entender la vida Na’vi. Solo cuando empieza a integrarse afectivamente a la vida comunitaria es que alcanza una mayor comprensión. El problema es que, en este punto, el entendimiento lo hace abandonar los objetivos mineros.
Sin embargo, la racionalidad científica reclama autonomía y su propia valoración de las acciones. Para la Dra. Grace Augustine –una mezcla de bióloga y antropóloga– el valor de Pandora se encuentra en la existencia de un complejo organismo vivo que conecta la vida –consciente o no– de esta luna. Y esto es algo que vale la pena defender, incluso con su vida. Pero ¿qué hubiera pasado si Pandora fuera un ecosistema pobre sin interés para la ciencia?
La cuestión es que tanto la economía como la ciencia son mecanismos modernos que orientan la toma de decisiones desde una particular perspectiva humana. Sin embargo, ¿no es acaso necesario algún sentido compartido de justicia para alcanzar un acuerdo? El valor que otorga cada sociedad a los recursos naturales es independiente de la ciencia. Y tampoco puede ser reducido a una simple valoración económica. ¿Hay salida? Es posible intentar un verdadero y respetuoso diálogo intercultural. No como instrumento para alcanzar fines predefinidos, sino como vía para saber qué es posible hacer y qué no. El diálogo puede hacer expresos nuestros desacuerdos. Por ello, no siempre asegurará un resultado satisfactorio para todos.
No obstante, las culturas son dinámicas y cambian. La deliberación puede implicar cuestionarlas. El contacto entre las sociedades puede originar transformaciones o acelerarlas. Y no todo en una cultura puede ser defendido. ¿Estaría el mundo peor si desaparecen prácticas culturales como la ablación del clítoris o la tortura de animales?, se pregunta Félix Ovejero. La relación intercultural puede enriquecer nuestra visión del mundo y poner en cuestión ideas y tradiciones. Quizá nada de esto permita a la larga explotar el Unobtainium. Lo que sí permitirá obtener es sociedades con mayores oportunidades de justicia.