La recta del diablo
Columna en Diario 16
Semanas después, él estaba ahí. Lo visité en Chiclayo. Reposaba sobre una cama, en la habitación de un hospital. Acompañado de su hija, Santiago Manuin Valera se recuperaba del impacto de las múltiples balas que recibió. El 5 de junio de 2009, Manuin, un respetado líder indígena, hizo un último intento por evitar la tragedia. No sirvió. Y las balas a tan corta distancia siguen trayectorias rectas. Sus heridas fueron tan graves que lo dieron por muerto. Sobrevivió. “El awajún no moría, y nunca murió”. Con estas palabras cierra un breve cuento Dina Ananco, intérprete awajún-wampís durante ese juicio. Manuin está procesado por el Poder Judicial. Lo acusan de ser uno de los responsables del fatal enfrentamiento en la Curva del Diablo.
Entre el 2008 y el 2009, por mis labores en el Estado, solía escuchar y conversar con muchos funcionarios gubernamentales. Por esos años, muchos de ellos mostraban su entusiasmo por el tratado de libre comercio que se había negociado con los Estados Unidos. Era la línea recta hacia el desarrollo. Para concretar el acuerdo se requería adecuar varias leyes. El Congreso le encargó dicha tarea al gobierno. Le ofrecía una línea recta. Una centena de decretos legislativos fueron el resultado. Hubo satisfacción.
Las organizaciones indígenas recibieron noticias sobre las nuevas normas y se alarmaron. Algunas de los decretos promulgados cambiaban la regulación de recursos naturales considerados de la máxima importancia para los pueblos indígenas: los bosques naturales, la tierra, la flora y fauna silvestre. “Sentíamos que los decretos nos anulaban la existencia. Por eso nos levantamos”, explicó Manuin. A mediados del 2008 empezaron las protestas.
Los funcionarios del gobierno defendieron la corrección y conveniencia –incluso urgencia– de los decretos legislativos. Algunos de sus explicaciones, pienso, eran correctas. Otras no tanto. Y había cuestiones que le daban claramente la razón al lado indígena. Pero expresar los puntos de vista no bastaba. Porque la exposición de argumentos no es necesariamente diálogo. “Que no lo oiga el diablo, señor Ministro”, decía Saramago en una de sus novelas.
El gobierno hablaba en nombre de la técnica, del conocimiento experto. Desde esa distancia juzgaban los reclamos indígenas. No entienden. O están manipulados. Aún peor: son perros del hortelano. El gobierno no mostraba signos de reconsiderar su posición. Un primer enfrentamiento en el 2008 derivó en acuerdos –favorables al lado indígena– que detuvieron las protestas. Sin embargo las organizaciones indígenas reclamaron que algunos acuerdos no se cumplían. Al no resolverse el reclamo, el conflicto reinició. La tensión local iba en aumento. No se lograban acuerdos. Los discursos –en ambos lados–subían en intensidad. El gobierno y gran parte de la sociedad parecían incapaces de escuchar. “El diablo tiene tan buen oído que no necesita que se le digan las cosas en voz alta”, escribe Saramago.
El 5 de junio de 2009 sigue aquí. Con sus 33 muertos y un desaparecido. Con sus decenas de heridos de bala. ¿A quién hará responsable el Estado por los hechos de la Curva del Diablo? ¿A quién no? El dominio del conocimiento o la mera soberbia –o ambos– lleva a muchos a pensar en caminos rectos. Sean de derecha o de izquierda. Los hace imaginar el ejercicio del poder como el arte de trazar líneas rectas. La política y el diálogo no lo son. Tampoco la economía, la sociedad, la diversidad, ni la cultura. En cambio, como pensaba el artista austríaco Friedensreich Hundertwasser, las líneas rectas son las herramientas del diablo.